Duelo en la Infancia en Tiempos de Crisis

Así como la pandemia que estamos viviendo ha cambiado nuestra forma de relacionarnos, de practicar deporte o de salir a la calle, ésta también ha marcado nuestra forma de despedirnos. En una época de crisis que se ha cobrado la vida de miles de personas, nuestra forma de decir adiós también se ha visto alterada por la COVID-19. El virus nos ha privado del contacto, de las caricias tan necesarias que acompañan la pérdida o de ese apretón de manos que en ausencia de palabras nos dice “estoy aquí contigo y te acompaño en el sentimiento.

Como consecuencia de ello, nos encontramos con duelos difíciles, angustiosos y prolongados al no ser compartidos o comprendidos, debido a la situación tan extraordinaria que estamos viviendo. Pues tal y como reconoce Javier Urra (Psicólogo Forense y ex Defensor del Menor): “la muerte cuesta mucho de asumir cuando no se la ve, cuando no se la toca, cuando no se la acompaña.”

Los rituales que acompañan a la pérdida nos permiten formalizar y asimilar la despedida, sin embargo no son pocos los familiares que han tenido que verbalizar un adiós invisible. Una circunstancia que ya de por sí es extremadamente difícil para los adultos, y que sin embargo se vuelve aún más complicada cuando existen niños de por medio. Pues, ¿Cómo explicarle a nuestro pequeño que esa persona que tanto quiere ya no está? ¿Deberíamos callar lo ocurrido o esperar mejor a otro momento para comunicar tales noticias a un niño?

Éstas y otras muchas preguntas llevan atenazando a muchas familias a lo largo de todo el confinamiento, pues pese a que vayamos pasando de fase y la desescalada se haga cada vez más notoria en el ánimo de las viviendas españolas, el desenlace de muchos afectados por COVID-19 sigue siendo atroz.

La comunicación de malas noticias a los “pequeños” siempre resulta una tarea complicada. Sin embargo es preferible informarles adecuadamente de lo sucedido, antes que ocultarles la verdad y que desarrollen patrones emocionales confusos o pierdan la confianza en los adultos. Para ello, es recomendable revelarles la pérdida lo antes posible, sin pretender disfrazar nuestro pesar y respondiendo a todas sus dudas y preguntas de la forma más simple y clara posible. Es importante no excluirles de la realidad que estamos viviendo, por “no hacerles daño”, pues al igual que los adultos, los niños también acaban siendo conscientes de la ausencia de un ser querido, pese a que la perciban de una manera diferente a sus mayores.

En función de la edad y la capacidad de procesamiento de la información de cada infante, las reacciones que podemos encontrar son bien distintas. Sin embargo, la literatura científica ha observado unas consideraciones especiales en base al desarrollo madurativo del prepúber:

  • Anteriormente a los dos años los infantes aún no poseen concepción cognitiva de muerte, ni desarrollan sensación de pérdida. No obstante, sí son capaces de experimentar miedo por separación o sensación de abandono de sus progenitores. En consecuencia, si la muerte es de alguno de éstos, es importante que otra figura humana restablezca un vínculo afectivo y ocular con el bebé, para que éste pueda mantener una sensación de seguridad y protección.
  • Entre los dos y los siete años, aún no manifiestan un sentido de universalidad de la muerte y carecen del concepto de irreversibilidad de la misma. En estos años aparecen los primeros sentimientos de culpabilidad o pensamientos mágicos de que el fallecimiento puede haber sido el resultado o el castigo por alguno de los actos de los chiquillos. Por tanto, en esta etapa la defunción se debe explicar a través del mundo de los símbolos, recurriendo a metáforas o incluso a algunos de sus personajes favoritos para facilitar así la explicación. En este período no conviene describir todos los detalles de lo sucedido, para no confundir o generar más angustia a los pequeños.
  • Desde los siete a los doce, los juveniles comienzan a desarrollar el pensamiento lógico y en consecuencia pueden llegar a cuestionarse si la muerte de otros o la suya propia es verdaderamente posible. Gradualmente aparece la conciencia de irreversibilidad y primera vez pueden experimentar “miedo a morir”. Acompañando y escuchando al infante en estos temores se debe explicar lo ocurrido, suavizando los detalles y proporcionando acompañamiento y solución a sus preguntas.
  • No es hasta los doce años, coincidiendo con la entrada en la pubertad, cuando se produce la completa aceptación y comprensión de la muerte y se produce una elaboración del duelo de manera similar a cómo lo haría un adulto. Sin embargo a la hora de comunicar lo sucedido, se debe tener en cuenta que en esta etapa las reacciones y la carga emocional se vivencian de manera más intensa, por lo que es común encontrar reacciones agresivas, mutismo o alteraciones en la conducta, especialmente en comportamientos de riesgo.

 

Como se puede observar, la experiencia del luto varía según los momentos evolutivos. Sin embargo, a rasgos generales, la duración del proceso de duelo es más corto en niños, pues la pérdida de la persona querida no supone para éstos una gran ruptura con la realidad, especialmente cuando son más pequeños.

La expresión emocional del infante depende del espacio y la legitimidad que le ofrezcan las personas adultas, por lo que es de vital importancia que la comunicación de la noticia venga de la mano de una figura cercana y querida, que utilice palabras claras y honestas y un tono de voz cálido. Es importante evitar mensajes del tipo “debes ser fuerte”, “no llores” o “no grites”. Tampoco es recomendable recurrir a explicaciones religiosas o expresiones como: “se ha quedado dormido”, “nos ha dejado”, “se ha ido”, “se ha muerto porque estaba enfermo” etc., pues estos eufemismos pueden llegar a provocar confusión en el infante y fomentar ideas de venganza, o miedos relacionados con la enfermedad y la vejez e incluso pueden llegar a interpretar la pérdida como un abandono intencionado.

En ocasiones puede darse el caso de que aparezcan conductas de regresión a etapas anteriores, como querer dormir acompañados o con la luz encendida, chuparse el dedo, etc. Otra posibilidad es que actúen de forma indiferente frente a la noticia y retomen la tarea que estaban haciendo como si nada hubiera ocurrido. Por el contrario una tercera posibilidad es que la primicia les provoque tal impacto que desplieguen una actitud obsesiva y preocupación constante por lo sucedido, siendo incapaces de concentrarse en otra cosa que no sea la pérdida. Esto último puede ser indicativo de un duelo complicado o de mal pronóstico en niños.

Otros de los síntomas que se presentan en casos de “duelos difíciles” son la aparición un excesivo nerviosismo, que comiencen a romper los juguetes o muestren un llanto continuo, excesivas llamadas de atención, una alta sensación de culpabilidad, negación o indiferencia ante lo ocurrido (a partir de los 7 años), problemas de sueño, aislamiento social o familiar, rebeldía desmesurada o el inicio de conductas de riesgo o conductas autolíticas, en la adolescencia. En este tipo de casos lo más recomendable es que el niño o el adolescente acuda a ayuda profesional que le guíe y le facilite la elaboración de un “adiós sano” y el significado del duelo.

Favorecer la despedida y proveer de recursos al niño será esencial para abordar el concepto de pérdida y muerte y el proceso de duelo, siempre desde la naturalidad y la honestidad, pues tal y como reconoce el psiquiatra estadounidense Murray Bowen: “nunca he visto niños dañados por la exposición a la muerte, lo que sí he visto son niños dañados por la ansiedad de los supervivientes.”

 

Miriam Costa Agudo. Psicóloga Col. M34838. Especializada en Trastornos de la Conducta Alimentaria y Obesidad. Deportista de Alto Rendimiento y miembro de la Selección Nacional Española de Atletismo. Colaboradora CEPC Madrid.

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